9 de agosto de 2014

La última fotografía de José Gill



Por Carla Caballero

Para la última fotografía de José Gill, vino un sol de primavera a alumbrar el invierno. Era el último día de julio y el sol, poncho luminoso de los pobres, se extendía sobre la Plaza del Panteón de los Héroes, donde el campesinado en lucha debatía con otros sectores sobre la violencia del Estado. Una carpa enorme cubría gran parte del centro de la plaza, cobijando la mesa de los panelistas y a por lo menos 300 participantes. El viento jugaba con las banderas de colores bajo la mirada amorosa del tiempo, que no quería transcurrir, sino quedarse a seguir escuchando.

Me senté sobre el cordón gastado del caminero interior de la plaza y comencé a escuchar y registrar las historias de resistencias, dolores y alegrías, que siempre terminan en precisos planes organizativos. Nada queda al azar, en las luchas organizadas de los pobres.

El tiempo me quiere, y siempre me acuna. El insomnio jamás ha cruzado el umbral de mi puerta. Quienes me conocen saben de la facilidad que tengo para dormirme repentinamente en los lugares más inesperados y en general la gente querida vela mi sueño con sus miradas benévolas, o me despierta con suavidad. Y así, casi al término del debate, allí sentada sobre el cordón de la plaza, me dormí.

De repente me despiertan, con cierta urgencia y la amable brusquedad que es tan característica de la gente del campo. Era Eladio Flecha quien me despertaba porque dormía tan plácidamente ahí sentada que empecé a ir cayendo de costado e iba a terminar acostada sobre el pasto. Y además porque el debate terminaba y, aunque nadie siquiera lo imaginara entonces, había que sacar la última foto del querido José Gill, quien unos días después iba a morir de la manera más inesperada.

Y me levanto con la pequeña cámara fotográfica en alto y José, entre los numerosos participantes, hace lo mismo. Entre los entrañables compañeros de lucha que le rodean, se apresura a levantarse y a extender el brazo izquierdo como símbolo de lucha: los demás a su alrededor siguen sentados y queda él de pie ante la cámara, bajo el verde de la bandera de la Federación Nacional Campesina (FNC) bajo la cual luchó siempre, una foto colectiva para el registro de su despedida combativa, para la posteridad.

Son esos instantes eternos, historias pequeñas que me gustan tanto en medio del fragor de las grandes luchas. Nunca le hice una entrevista, y me quedé sin preguntarle sobre las grandes ocupaciones de latifundios que dirigió junto con otros compañeros y compañeras en el 2000 y que dieron origen a dos de los más combativos asentamientos de la FNC: Crescencio González y Huber Duré.

Me quedé sin preguntarle sobre la historia de su vida, sus motivaciones para luchar, de dónde sacó la fuerza para enfrentar el horror de la represión policial, los civiles armados, el poder de los señores feudales del Paraguay. Como se hace para permanecer coherente a una causa toda la vida, para construir un partido (el Partido Paraguay Pyahura) que sea herramienta de lucha de los pobres, como se hace para rectificar las equivocaciones con grandeza y humildad. Me quedé sin preguntarle de donde sacaba la alegría cotidiana, esa que le permitía hacer chistes hasta en la situación más difícil y desesperada, para descomprimir y ahuyentar con risas el sobrevuelo de la fatalidad.

La alegría es la característica principal del campesinado en lucha, quien no sabe reir no es un campesino pobre, sino un pobre dirigente. Pero, como pasa con la gente que ha luchado, su historia la contarán sus compañeras y compañeros, en el marco de esa historia colectiva desde el campesinado en lucha, una historia del pueblo para el pueblo. Para que nunca se apague la memoria de quienes pelearon y dedicaron su vida a luchar contra la injusticia y la adversidad y, como dice la consigna, para seguir encendiendo el fuego de las luchas.


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